Misterio del Amor
En el recorrido junto al Maestro contemplamos en este Jueves Santo el misterio del Amor y sus inesperadas manifestaciones:
LAVAR LOS PIES… En el contexto bíblico, esta es una acción reservada para los esclavos. De hecho, existían esclavos con diversas funciones, es decir, no todos hacían las mismas cosas, en este caso, solo competía a algunos la acción de lavar los pies de los amos.
También en este contexto, era común que todos tuvieran un maestro, por lo cual, a tal figura comportaba una alta dignidad, respeto y autoridad por parte de sus seguidores. Es fácil imaginar los reproches que los discípulos hacen a Jesús, pues no solamente se trataba de su imagen o reputación, sino también la de ellos como seguidores, por ello la actitud inmediata de Pedro que se niega rotundamente a ser lavado por su Maestro. No podemos culparlos, simplemente no comprenden, como todos en su contexto, resulta una novedad inimaginable.
Es Jesús quien se inclina y lava los pies cansados de cada uno de sus discípulos, les confirma en su identidad de discípulos amados, sus más íntimos amigos, porque para Jesús el amigo está primero, los adjetivos de “traidor” o “el que le negará” pasan a segundo plano. Él los mira con cariño y apuesta todo por ellos, hasta el último momento.
No entienden lo que está pasando, pero reciben un consuelo “lo que hago ahora, lo comprenderás más tarde” (cf. Jn 13, 7). El Maestro recuerda que la grandeza del poder está en el servicio, si alguien quiere ser grande y mejor entre todos que lo sea en cuanto sirve al otro. Y solo servimos al otro cuando amamos de verdad. Reinar es servir y servir es Amar.
FRATERNIDAD
Estás en medio nuestro como un gran amigo.
Sostienes nuestras voces con tu voz silenciosa.
Es hermoso tenerte tan cerca en este instante
de oración y alegría, que nos une a tu lado.
Lávanos bien el alma de egoísmo, Señor,
en tanto te rezamos con las manos unidas.
Haz que esta plegaria que nos das que te demos
nos haga más hermanos de verdad desde ahora.
Estás en medio nuestro sembrándonos tu vida,
tu reciente y eterna ternura transparente.
Todo cuanto ahora mismo cantamos todos juntos
es una lenta súplica de amor y de querencia.
Basta, Señor, de un mundo que se cierra a tu altura.
De unos hombres que sólo se miran con recelo.
De esta lágrima inmensa que es la tierra en que vamos
medio viviendo aprisa sin mirarte a los ojos.
(Valentín Arteaga).
Perpetuar el Amor...
Algunos exegetas recuerdan que una cena como la que hizo Jesús con sus discípulos no fue exclusiva de él, porque en la época era muy común este tipo de cenas, propio de los judíos, tampoco se puede afirmar si tenía en aquel momento un sentido “pascual”. No necesariamente. Estos significados de “cena pascual”, “banquete”, “mesa eucarística”, “sacrificio”, etc., fueron configurándose épocas posteriores de acuerdo a los contextos de las primeras comunidades cristianas.
Lo que se afirma es que sí sería la “última cena”. Por ello cobra un sentido especial, cada momento evoca un significado que traspasa cuanto viven los discípulos, simplemente como expresa Jesús, no alcanzan a comprender. El don del Amor en la última cena se torna una entrega plena, no solo por lo que vivirá Jesús en la cruz, sino por cada uno de sus hechos y palabras de Jesús, su vida toda.
Y comparte el don a través de una cena. Solo sentamos a la mesa a nuestros íntimos amigos, familiares o conocidos; la mesa no se comparte con extraños. Como reza la canción:
“Las fuerzas se rehacen en la mesa, se olvidan los silencios sin razón.
Se escucha una nueva Palabra, con la mirada en torno Pan.
Una mesa que no tenga horarios, mesas amplias con mucho lugar.
Platos llenos de gran confianza, compartiendo el calor del hogar.
Que la mesa reúna ilusiones y detalles de un mismo vivir.
El sabor del encuentro y la fiesta crecerá como masa de pan.
En la mesa vivamos sin prisa, cada gesto de hermano y su fe.
Que la mesa serene las penas, fortalezca los cuerpos y el dar.
En la mesa busquemos descanso y un resquicio de un tiempo y un tú,
de aquel tiempo que gratuito que empuja a llevar a los hombres la paz.”
(Kairoi - En torno al pan).
Jesús entrega su propia vida, en todo momento es don de la entrega, cada uno de sus gestos evocan el don sublime del Amor, Jesús manifiesta en todo su amar aquello que Dios (Trinidad) es esencialmente en su relación. Por amor se nos entrega todo. Jesús anuncia su partida, pero se queda con nosotros a través del memorial de la cena que hoy celebramos como don del misterio eucarístico.
Misterio del Amor que desborda, Jesús siendo Dios elige dar su vida. Este es el signo que celebramos en cada Eucaristía, la entrega amorosa de Jesús que nos invita “haced esto en memoria mía”, no se trata únicamente de los gestos que realiza el ministro ordenado, sino de tornarnos pan, alimento, bebida para la vida del otro. Ser don de vida para el hermano.
Danos Señor un Amor como el tuyo, un amor que sana, un amor que salva, un amor que no se cansa y nunca dice basta, porque "El Amor es él solo su propia recompensa" (Martín Descalzo).
MI CUERPO ES COMIDA
Mis manos, esas manos y tus manos
hacemos este gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en tu muerte y en tu vida.
Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
ciudad de Dios, ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen
nos convoca a ser contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de tu memoria,
marchamos hacia el reino haciendo historia,
fraterna y subversiva eucaristía
(Pedro Casaldáliga).